La ciudad hace del uso de este sitio humano un placer continuo y disponible. El orden característico del ciudadano americano se disuelve en el máximo del ocio que es la ligereza, la hora iluminada del día atrae diferentes usuarios que la noche.
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La necesidad del movimiento de capital produce un exceso de oferta de Real Estate es decir arquitectura. Capitalismo en su máxima expresión.
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Pero hasta qué punto este materialismo forma parte del placer y las otras cosas intangibles del mundo, si todo transeúnte puede disfrutar de la arquitectura sobre todo cuando mide más de 150 m de altura. El skyline es democrático, el Biscayne Wall es generoso, disponible, público. Nunca su interior pero si el objeto, la escultura, la materia y nunca su vacío interior.
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El rascacielos es voluntad de erección, acumulación de capital, elegante avaricia, envidiable posesión, ambicioso hedonismo, pasión por el objeto. En ocasiones es disfrutable y como en este caso, configura un sitio, lo confina y define, una línea extruye un poderoso recordatorio del límite de la propiedad, pero ¿cómo impedir el uso de la arquitectura, cómo?
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Una franca oposición al paisaje horizontal ha sido la constante de los parques públicos norteamericanos más antiguos y los nuevos. El abrir espacio en E.E.U.U. resulta menos relacionado con la modernidad y sus duras reglas racionalistas que con el modelo social típico de la zona: racismo, clasismo y chauvinismo. El espacio público y el privado manifiestan su claro antagonismo, simbiótico no obstante.
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Hemos partido de una base equivocada si creemos que la ciudad se diseña basada en el usuario, lo que conocemos por ciudad es la consecuencia del diseño de espacios, que es arquitectura. Miami no se ha diseñado, solo es la expresión de un complejo y reciente proceso de ocupación territorial. Las negociaciones espaciales han definido la forma de los distritos. Cada cuadrante, cada manzana. Toda la ciudad es un azar de excesos monetarios y una constante negociación de poder, legalidad, finanzas y algo de deseo.
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Sitio de altísima calidad, baluarte del urbanismo del siglo XX, el Parque del Frente de la Bahía no es más el diseño de Warren H. Manning, ni la refactura de Noguchi, no es la arquitectura de Sieger Suarez Architectural Partnership, Inc. y mucho menos el dinero de Donald Trump. Solo hay un encanto natural en el espacio ajardinado.
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